El "decrecimiento" en sí mismo no constituye, en realidad, una alternativa concreta; es más bien la matriz que posibilita múltiples alternativas. Se trata entonces de una propuesta necesaria para reabrir los espacios de la inventiva y la creatividad bloqueados por el totalitarismo economicista, desarrollista y progresista. Atribuir a quienes plantean esta propuesta el proyecto de un "decrecimiento ciego", es decir, de un crecimiento negativo sin cuestionamiento del sistema, y suponer, como hacen ciertos "alter-economistas", que desean impedir a los 1 países del Sur resolver sus problemas, participa de la sordera si no de la mala fe.
Tanto en el Norte como en el Sur, el proyecto de construcción de sociedades armónicas autónomas y austeras el implica, hablando con rigor, más un "acrecimiento" -en el mismo sentido un que se habla de ateísmo-, que un "decrecimiento". Se trata precisamente del abandono de una fe y una religión: la de la economía. En consecuencia, hay que desconstruir incansablemente el supuesto del desarrollo.
A pesar de todos sus fracasos, el apego irracional al concepto fetiche de "desarrollo", vaciado de todo contenido y recalificado de mil maneras, traduce esa imposibilidad de romper con el economicismo y, finalmente, con el crecimiento mismo. La paradoja es que, desde sus trincheras, los "alter-economistas" acaban por reconocer todos los estragos del crecimiento, al mismo tiempo que quieren que los países del Sur reciban sus "beneficios". y en el Norte, se limitan a su "desaceleración". Un número creciente de militantes "altermundialistas" empieza a aceptar que el crecimiento que hemos experimentado no es sociológica ni ecológicamente sostenible, deseable, ni durable. Sin embargo, el "decrecimiento" no sería una consigna promisoria y, a falta de haber experimentado el desarrollo, el Sur debería tener derecho a un "tiempo" de ese maldito crecimiento.
Atrapados en la vía muerta de un "ni crecimiento ni 'decrecimiento"', nos resignamos a una problemática "desaceleración del crecimiento" que debería, según la probada práctica de los concilios, poner a todo el mundo de acuerdo sobre un malentendido. Sin embargo, un crecimiento "desacelerado" condena a prohibirse gozar de las bondades de una sociedad armónica, autónoma y austera, ajena al crecimiento, sin preservar por ello el único beneficio de un crecimiento vigoroso injusto y destructivo del medio ambiente, a saber: el empleo.
Si como sostienen algunos, cuestionar la sociedad de crecimiento desespera a Billancourt, no será entonces la recalificación de un desarrollo vaciado de su substrato económico ("un desarrollo sin crecimiento") lo que devuelva esperanza y alegría de vivir a los intoxicados por un crecimiento mortífero.
Para comprender por qué la construcción de una sociedad fuera del crecimiento es tan necesaria y deseable en el Sur como en el Norte, hay que revisar el itinerario de los "objetores de conciencia". El proyecto de una socie- dad autónoma y austera no nació ayer; ha ido tomando forma en la crítica al desarrollo. Desde hace más de cuarenta años, una pequeña "internacional" anti o posdesarrollista analiza y denuncia los estragos del desarrollo, precisamente en el Sur (3). y ese desarrollo, desde la Argelia de Houari Boumediene a la Tanzania de Julius Nyerere, no era sólo capitalista o ultra liberal, sino oficialmente "socialista", "participativo", "endógeno", "self- reliantlautocentrado", "popular y solidario". En muchos casos, era también aplicado o apoyado por organizaciones no gubernamentales (ONG) humanistas. Pese a algunas micro-realizaciones destacables, su quiebra fue masiva y la empresa de lo que debía conducir al "florecimiento de todo el ser humano y de todos los seres humanos" naufragó en la corrupción, la incoherencia y los planes de ajuste estructural, que trans- formaron la pobreza en miseria.
Este problema atañe a las sociedades del Sur en la medida en que están empeñadas en la construcción de economías de crecimiento, a fin de evitar adentrarse aún más en la vía muerta a la que las condena esta aventura. Se trataría, para ellas, si es que aún están a tiempo, de "desdesarrollarse", es decir, de quitar de su camino los obstáculos para florecer de otro modo. No se trata, en ningún modo, de alabar sin matices la economía informal. En primer lugar, porque está claro que el "decreci- miento" del Norte es una condición para el florecimiento de toda forma de alternativa en el Sur. Mientras se con- dena a Etiopía y Somalia, hundidos en el hambre más cruda, a exportar ali- mentos para nuestros animales domés- ticos, mientras engordamos a nuestro ganado para producción de carne con las tortas de soja producidas en los territorios incendiados de la selva ama- zónica, ahogamos todo intento de ver dadera autonomía para el Sur (4).
Atreverse al "decrecimiento" en el Sur, es intentar poner en marcha un movimiento en espiral para entrar en la órbita del círculo virtuoso de las "8 R"; Re evaluar, Reconceptualizar, Reestructurar, Relocalizar, Redistri- buir, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Esta espiral introductiva podría organizarse con otras "R", a la vez alternativas y complementarias, como Romper, Reto- mar, Reencontrar, Reintroducir, Recu- perar, etc. Romper con la dependencia económica y cultural del Norte. Reto- mar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización. Reencontrar y rea propiarse de una identidad cultural propia. Reintroducir los productos específicos olvidados o abandonados y los valores "antieconómicos" ligados a su historia. Recuperar las técnicas y los saberes tradicionales.
Si realmente queremos en el Norte manifestar una preocupación de equi- dad más profunda que la sola y necesaria reducción del impacto ecológico, tal vez haya que satisfacer otra deuda cuyo reembolso reclaman a veces los pueblos indígenas: Restituir. La restitución del honor perdido (la del patrimonio saqueado es mucho más problemática) podría consistir en el establecimiento de una asociación de "decrecimiento" con el Sur.
En sentido inverso, mantener, o peor aún, introducir la lógica del crecimiento en el Sur sopretexto de sacarlo de la miseria creada por ese mismo crecimiento no puede sino occidentalizarlo un poco más. Hay en esta propuesta, que parte de un buen sentimiento -querer "construir escuelas. centros asistenciales. redes de agua potable y recuperar una autono- mía alimentaria (5)"-, un etnocentrismo ordinario que es precisamente el del desarrollo. Una de dos: o bien se pregunta a los países interesados qué quieren, a través de sus gobiernos o de las encuestas de una opinión pública manipulada por los medios, y la respuesta no deja lugar a dudas; dentro de esas "necesidades básicas" que el patemalismo occidental les atribuye, ocupan el primer renglón equipos de aire acondicionado, ordenadores portátiles, neveras y sobre todo "coches" (Volkswagen y General Motors prevén la fabricación de tres mi1lones de vehículos por año en China en los próximos años y Peugeot, para no que- darse atrás, procede a gigantescas inversiones...); agreguemos, por supuesto, para la alegría de sus autoridades, centrales nucleares, aviones Rafale y tanques AMX. ..o bien escuchamos el genuino grito de este líder campesino guatemalteco: "Dejen a los pobres tranquilos y no les hablen más de desarrollo" (6).
Todos los líderes de los movimien- tos populares, de Vandana Shiva en India a Emmanuel Ndione en Senegal, lo dicen a su modo. Porque al fin y al cabo, si es de una importancia indiscutible que los países del Sur "recuperen la autonomía alimentaria", quiere decir entonces que ésta se había perdido. En África, hasta los años sesenta, antes de la gran ofensiva del desarrollo, seguía existiendo. ¿No fue acaso el imperia- lismo de la colonización. del desarrollo y de la globalización lo que destruyó esa autosuficiencia y lo que agrava cada día un poco más la dependencia? Antes de ser masivamente con- tarninada por los desechos industriales, el agua, con o sin grifo, era potable. En cuanto a las escuelas y los centros asistenciales, ¿serán instituciones apropiadas para introducir y defender la cultura y la salud? Iván ll1ich mani- festó hace tiempo serias dudas sobre su pertinencia, incluso en el Norte (7). "Lo que seguimos llamando ayuda, -subraya acertadamente el economista iraní Majid Rahnema-, no es más que un gasto destinado a fortalecer las estructuras generadoras de la miseria. Por el contrario, las víctimas expoliadas de sus verdaderos bienes nunca son ayudadas cuando buscan apartarse del sistema productivo globalizado para encontrar alternativas acordes a sus propias aspiraciones" (8).
Por eso, la alternativa al desarrollo, tanto en el Sur como en el Norte, no podría ser un retroceso imposible, ni la imposición de un modelo uniforme de "acrecimiento". Para los excluidos, para los náufragos del desarrollo, no puede tratarse más que de una especie de síntesis de la tradición perdida y la modernidad inaccesible. Fórmula paradójica que resume bien el doble desafío. Podemos apostar por toda la riqueza de la inventiva social para aceptarlo, una vez liberadas la creatividad y la ingeniosidad del corsé economicista y desarrollista. El posdesarrollo, por otra parte, es necesariamente plural. Se trata de la búsqueda a de modos de florecimiento colectivo dentro de los cuales no se privilegiaría un bienestar material destructor del medio ambiente y del vínculo social.
El objetivo de una vida buena se expresa de distintas formas según los contextos. En otros términos, se trata 1 de reconstruir/recuperar nuevas culturas. Si tenemos que ponerle un nombre, ese objetivo puede llamarse umran (florecimiento) como en Ibn Kaldun (9), swadeshi-sarvodaya (mejora de las condiciones sociales de todos) como en Gandhi, bamtaare (estar bien juntos) como en los Tukulor o Fidnaa/Gabbina (brillo de una persona bien alimentada y liberada de toda preocupación) como en los Borana de Etiopía (10). Lo importante es expresar la ruptura con la empresa de destrucción que se perpe- túa bajo la bandera del desarrollo o de la globalización. Esas creaciones originales, cuyos principios de realización podemos encontrar aquí y allá, abren la esperanza de un posdesarrollo. Sin ninguna duda, para aplicar esas políticas de "decrecimiento", hace falta previamente, tanto en el Sur como en el Norte, una verdadera cura de desintoxi- cación colectiva. En efecto, el creci miento ha sido a la vez un virus perverso y una droga. Como escribe, una vez más, Majid Rahnerna: "Para infiltrarse en los espacios vemáculos, el primer Horno aeconomicus adoptó dos métodos que no dejan de recordar, uno a la acción del retroyjrus VIH y el otro a los procedimientos empleados por los trafi- cantes de drogas" (11). Se trata de la destrucción de las defensas inmunoló gicas y la creación de nuevas necesidades. Romper las cadenas de la droga será tanto más difícil por cuanto es del interés de esos traficantes (en este caso la nebulosa de las finnas trasnacionales) mantenemos en la esclavitud. De todas formas, es altamente probable que sea- mos incitados a ello por el impacto salu dable de la necesidad.
Tanto en el Norte como en el Sur, el proyecto de construcción de sociedades armónicas autónomas y austeras el implica, hablando con rigor, más un "acrecimiento" -en el mismo sentido un que se habla de ateísmo-, que un "decrecimiento". Se trata precisamente del abandono de una fe y una religión: la de la economía. En consecuencia, hay que desconstruir incansablemente el supuesto del desarrollo.
A pesar de todos sus fracasos, el apego irracional al concepto fetiche de "desarrollo", vaciado de todo contenido y recalificado de mil maneras, traduce esa imposibilidad de romper con el economicismo y, finalmente, con el crecimiento mismo. La paradoja es que, desde sus trincheras, los "alter-economistas" acaban por reconocer todos los estragos del crecimiento, al mismo tiempo que quieren que los países del Sur reciban sus "beneficios". y en el Norte, se limitan a su "desaceleración". Un número creciente de militantes "altermundialistas" empieza a aceptar que el crecimiento que hemos experimentado no es sociológica ni ecológicamente sostenible, deseable, ni durable. Sin embargo, el "decrecimiento" no sería una consigna promisoria y, a falta de haber experimentado el desarrollo, el Sur debería tener derecho a un "tiempo" de ese maldito crecimiento.
Atrapados en la vía muerta de un "ni crecimiento ni 'decrecimiento"', nos resignamos a una problemática "desaceleración del crecimiento" que debería, según la probada práctica de los concilios, poner a todo el mundo de acuerdo sobre un malentendido. Sin embargo, un crecimiento "desacelerado" condena a prohibirse gozar de las bondades de una sociedad armónica, autónoma y austera, ajena al crecimiento, sin preservar por ello el único beneficio de un crecimiento vigoroso injusto y destructivo del medio ambiente, a saber: el empleo.
Si como sostienen algunos, cuestionar la sociedad de crecimiento desespera a Billancourt, no será entonces la recalificación de un desarrollo vaciado de su substrato económico ("un desarrollo sin crecimiento") lo que devuelva esperanza y alegría de vivir a los intoxicados por un crecimiento mortífero.
Para comprender por qué la construcción de una sociedad fuera del crecimiento es tan necesaria y deseable en el Sur como en el Norte, hay que revisar el itinerario de los "objetores de conciencia". El proyecto de una socie- dad autónoma y austera no nació ayer; ha ido tomando forma en la crítica al desarrollo. Desde hace más de cuarenta años, una pequeña "internacional" anti o posdesarrollista analiza y denuncia los estragos del desarrollo, precisamente en el Sur (3). y ese desarrollo, desde la Argelia de Houari Boumediene a la Tanzania de Julius Nyerere, no era sólo capitalista o ultra liberal, sino oficialmente "socialista", "participativo", "endógeno", "self- reliantlautocentrado", "popular y solidario". En muchos casos, era también aplicado o apoyado por organizaciones no gubernamentales (ONG) humanistas. Pese a algunas micro-realizaciones destacables, su quiebra fue masiva y la empresa de lo que debía conducir al "florecimiento de todo el ser humano y de todos los seres humanos" naufragó en la corrupción, la incoherencia y los planes de ajuste estructural, que trans- formaron la pobreza en miseria.
Este problema atañe a las sociedades del Sur en la medida en que están empeñadas en la construcción de economías de crecimiento, a fin de evitar adentrarse aún más en la vía muerta a la que las condena esta aventura. Se trataría, para ellas, si es que aún están a tiempo, de "desdesarrollarse", es decir, de quitar de su camino los obstáculos para florecer de otro modo. No se trata, en ningún modo, de alabar sin matices la economía informal. En primer lugar, porque está claro que el "decreci- miento" del Norte es una condición para el florecimiento de toda forma de alternativa en el Sur. Mientras se con- dena a Etiopía y Somalia, hundidos en el hambre más cruda, a exportar ali- mentos para nuestros animales domés- ticos, mientras engordamos a nuestro ganado para producción de carne con las tortas de soja producidas en los territorios incendiados de la selva ama- zónica, ahogamos todo intento de ver dadera autonomía para el Sur (4).
Atreverse al "decrecimiento" en el Sur, es intentar poner en marcha un movimiento en espiral para entrar en la órbita del círculo virtuoso de las "8 R"; Re evaluar, Reconceptualizar, Reestructurar, Relocalizar, Redistri- buir, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Esta espiral introductiva podría organizarse con otras "R", a la vez alternativas y complementarias, como Romper, Reto- mar, Reencontrar, Reintroducir, Recu- perar, etc. Romper con la dependencia económica y cultural del Norte. Reto- mar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización. Reencontrar y rea propiarse de una identidad cultural propia. Reintroducir los productos específicos olvidados o abandonados y los valores "antieconómicos" ligados a su historia. Recuperar las técnicas y los saberes tradicionales.
Si realmente queremos en el Norte manifestar una preocupación de equi- dad más profunda que la sola y necesaria reducción del impacto ecológico, tal vez haya que satisfacer otra deuda cuyo reembolso reclaman a veces los pueblos indígenas: Restituir. La restitución del honor perdido (la del patrimonio saqueado es mucho más problemática) podría consistir en el establecimiento de una asociación de "decrecimiento" con el Sur.
En sentido inverso, mantener, o peor aún, introducir la lógica del crecimiento en el Sur sopretexto de sacarlo de la miseria creada por ese mismo crecimiento no puede sino occidentalizarlo un poco más. Hay en esta propuesta, que parte de un buen sentimiento -querer "construir escuelas. centros asistenciales. redes de agua potable y recuperar una autono- mía alimentaria (5)"-, un etnocentrismo ordinario que es precisamente el del desarrollo. Una de dos: o bien se pregunta a los países interesados qué quieren, a través de sus gobiernos o de las encuestas de una opinión pública manipulada por los medios, y la respuesta no deja lugar a dudas; dentro de esas "necesidades básicas" que el patemalismo occidental les atribuye, ocupan el primer renglón equipos de aire acondicionado, ordenadores portátiles, neveras y sobre todo "coches" (Volkswagen y General Motors prevén la fabricación de tres mi1lones de vehículos por año en China en los próximos años y Peugeot, para no que- darse atrás, procede a gigantescas inversiones...); agreguemos, por supuesto, para la alegría de sus autoridades, centrales nucleares, aviones Rafale y tanques AMX. ..o bien escuchamos el genuino grito de este líder campesino guatemalteco: "Dejen a los pobres tranquilos y no les hablen más de desarrollo" (6).
Todos los líderes de los movimien- tos populares, de Vandana Shiva en India a Emmanuel Ndione en Senegal, lo dicen a su modo. Porque al fin y al cabo, si es de una importancia indiscutible que los países del Sur "recuperen la autonomía alimentaria", quiere decir entonces que ésta se había perdido. En África, hasta los años sesenta, antes de la gran ofensiva del desarrollo, seguía existiendo. ¿No fue acaso el imperia- lismo de la colonización. del desarrollo y de la globalización lo que destruyó esa autosuficiencia y lo que agrava cada día un poco más la dependencia? Antes de ser masivamente con- tarninada por los desechos industriales, el agua, con o sin grifo, era potable. En cuanto a las escuelas y los centros asistenciales, ¿serán instituciones apropiadas para introducir y defender la cultura y la salud? Iván ll1ich mani- festó hace tiempo serias dudas sobre su pertinencia, incluso en el Norte (7). "Lo que seguimos llamando ayuda, -subraya acertadamente el economista iraní Majid Rahnema-, no es más que un gasto destinado a fortalecer las estructuras generadoras de la miseria. Por el contrario, las víctimas expoliadas de sus verdaderos bienes nunca son ayudadas cuando buscan apartarse del sistema productivo globalizado para encontrar alternativas acordes a sus propias aspiraciones" (8).
Por eso, la alternativa al desarrollo, tanto en el Sur como en el Norte, no podría ser un retroceso imposible, ni la imposición de un modelo uniforme de "acrecimiento". Para los excluidos, para los náufragos del desarrollo, no puede tratarse más que de una especie de síntesis de la tradición perdida y la modernidad inaccesible. Fórmula paradójica que resume bien el doble desafío. Podemos apostar por toda la riqueza de la inventiva social para aceptarlo, una vez liberadas la creatividad y la ingeniosidad del corsé economicista y desarrollista. El posdesarrollo, por otra parte, es necesariamente plural. Se trata de la búsqueda a de modos de florecimiento colectivo dentro de los cuales no se privilegiaría un bienestar material destructor del medio ambiente y del vínculo social.
El objetivo de una vida buena se expresa de distintas formas según los contextos. En otros términos, se trata 1 de reconstruir/recuperar nuevas culturas. Si tenemos que ponerle un nombre, ese objetivo puede llamarse umran (florecimiento) como en Ibn Kaldun (9), swadeshi-sarvodaya (mejora de las condiciones sociales de todos) como en Gandhi, bamtaare (estar bien juntos) como en los Tukulor o Fidnaa/Gabbina (brillo de una persona bien alimentada y liberada de toda preocupación) como en los Borana de Etiopía (10). Lo importante es expresar la ruptura con la empresa de destrucción que se perpe- túa bajo la bandera del desarrollo o de la globalización. Esas creaciones originales, cuyos principios de realización podemos encontrar aquí y allá, abren la esperanza de un posdesarrollo. Sin ninguna duda, para aplicar esas políticas de "decrecimiento", hace falta previamente, tanto en el Sur como en el Norte, una verdadera cura de desintoxi- cación colectiva. En efecto, el creci miento ha sido a la vez un virus perverso y una droga. Como escribe, una vez más, Majid Rahnerna: "Para infiltrarse en los espacios vemáculos, el primer Horno aeconomicus adoptó dos métodos que no dejan de recordar, uno a la acción del retroyjrus VIH y el otro a los procedimientos empleados por los trafi- cantes de drogas" (11). Se trata de la destrucción de las defensas inmunoló gicas y la creación de nuevas necesidades. Romper las cadenas de la droga será tanto más difícil por cuanto es del interés de esos traficantes (en este caso la nebulosa de las finnas trasnacionales) mantenemos en la esclavitud. De todas formas, es altamente probable que sea- mos incitados a ello por el impacto salu dable de la necesidad.
SERGE LATOUCHE Publicado en Le Monde Diplomatique-en español- nov 04
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