Red de los Objetores de Crecimiento para un Post-Desarrollo : ROCADe
El movimiento que milita por un post-desarrollo ha mantenido hasta hoy un carácter casi clandestino. Sin embargo, en el curso de una historia, ya larga, ha producido una literatura abundante y se encuentra representado en numerosos ámbitos de investigación y de acción por todo el mundo
Nacida en los años 1960, tras la década del desarrollo, de una reflexión crítica sobre las presuposiciones de la economía y el fracaso de las políticas de desarrollo, esa corriente agrupa investigadores y actores sociales, tanto del Norte como del Sur, portadores de análisis y de experiencias innovadoras en el plan económico, social y cultural. A lo largo de los años, se han ido tejiendo vínculos, a menudo informales entre sus diversos componentes, las experiencias y las reflexiones se han alimentado mutuamente. La red para el post-desarrollo se inscribe en el movimiento del INCAD (red internacional para la construcción de una alternativa al desarrollo) y se reconoce plenamente en la declaración del 4 de mayo de 1992. La red pretende continuar y ampliar el trabajo, así, comenzado.
La red sitúa en el centro de su análisis el cuestionamiento radical de la noción de desarrollo. A pesar de las evoluciones formales que ha conocido, la red conserva el punto de ruptura decisivo en el seno del movimiento: la crítica del capitalismo y de la mundialización. Están, por un lado, quienes militan por la problemática “otro” desarrollo (o una no menos problemática “otra” mundialización), y aquellos que, como nosotros, quieren salir del desarrollo y del economismo. A partir de esta crítica, esta corriente procede a una verdadera “deconstrucción” del pensamiento económico. De este modo, son puestas en cuestión las nociones de crecimiento, de pobreza, de necesidades, de ayuda, etc..
Las asociaciones y personas que pertenecen a la presente red se reconocen en esta trayectoria. Después del fracaso del socialismo real y el vergonzoso deslizamiento de la social-democracia hacia el social-liberalismo, pensamos que esos análisis son los únicos capaces de contribuir a una renovación del pensamiento y a la construcción de una verdadera sociedad alternativa a la sociedad de mercado. Cuestionar radicalmente el concepto de desarrollo, es hacer subversión cognitiva, y este es el requisito y la condición de los cambios políticos, sociales y culturales que se imponen.
El momento nos parece favorable para salir de la semi-clandestinidad donde habíamos estado acantonados hasta el presente. El gran éxito del coloquio de la Ligne d’horizont “Défaire le développement-refaire le monde”, realizado en la UNESCO del 28 de febrero al 3 de marzo de 2002, refuerza nuestra convicción y nuestras esperanzas.
Destruir el imaginario desarrollista y descolonizar los espíritus
Frente a la mundialización, que no es más que el triunfo planetario del mercado total, necesitamos concebir y promover una sociedad en la que los valores económicos hayan dejado de ser centrales (o únicos). La economía debe ser puesta en su lugar como simple medio de la vida humana y no como fin último. Debemos renunciar a esta carrera loca hacia un consumo siempre creciente. Esto no es sólo necesario para evitar la destrucción definitiva de las condiciones de vida sobre la tierra, sino también, y sobre todo, para sacar a la humanidad de la miseria psíquica y moral. Se trata de una verdadera descolonización de nuestro imaginario y de una deseconomización de los espíritus necesarias para cambiar verdaderamente el mundo antes que el cambio del mundo nos condene al dolor. Hay que empezar por ver las cosas de otro modo para que puedan convertirse en otras, para que se puedan concebir soluciones verdaderamente originales e innovadoras. Se trata de poner en el centro de la vida humana otras significaciones y otras razones de ser que la expansión de la producción y del consumo.
Las palabras clave de la red, son “resistencia y disidencia”. Resistencia y disidencia con la cabeza, pero también con los pies. Resistencia y disidencia como actitud mental de rechazo y como higiene vital. Resistencia y disidencia como actitud concreta para todas las formas de auto-organización alternativa. Pero esto significa en primer lugar rechazo de la complicidad y la colaboración con esta empresa de descerebración y de destrucción planetaria que constituye la ideología desarrollista.
Espejos y ruinas del desarrollo
La mundialización actual nos muestra lo que ha sido el desarrollo, lo que nosotros no habríamos querido ver jamás. Es el estadio supremo del desarrollo realmente existente al mismo tiempo que la negación de su concepción mítica. Si el desarrollo, en efecto, no ha sido mas que la continuación de la colonización por otros medios, la nueva mundialización, a su vez, no es más que la continuación del desarrollo con otros medios. Conviene, pues, distinguir el desarrollo como mito y el desarrollo como realidad histórica.
Se puede definir el desarrollo realmente existente como una empresa que pretende transformar las relaciones de los hombres entre ellos y con la naturaleza en mercancías. Se trata de explotar, y poner precio, de sacar provecho de los recursos naturales y humanos. Empresa agresiva hacia la naturaleza y hacia los pueblos, es igual que la colonización que la ha precedido y la mundialización que la sigue: una obra a la vez económica y militar de dominación y de conquistas. Es el desarrollo realmente existente, el que domina el planeta desde hace tres siglos, quien engendra la mayor parte de los problemas sociales y medioambientales actuales: exclusión, superpoblación, pobreza, poluciones diversas, etc.
En cuanto al concepto mítico de desarrollo, está atrapado en un dilema: designa todo y su contrario, en particular el conjunto de experiencias históricas de la dinámica cultural de la historia de la humanidad, de la China de los Han al imperio Inca.
En este caso, no designa nada en particular, no hay ninguna significación útil para promover una política y es mejor desembarazarse de él. Si tiene un contenido propio ese contenido designa, necesariamente lo que posee en común con la aventura occidental de despegue de la economía tal como es puesta en escena desde la revolución industrial en Inglaterra en los años 1750-1800. En este caso, cualquiera que sea el adjetivo que se le ponga, el contenido implícito o explícito del desarrollo es el crecimiento económico, la acumulación del capital con todos los efectos positivos y negativos que se conocen. Pues ese núcleo duro que todos los desarrollos tienen en común con dicha experiencia, está ligado a relaciones sociales muy particulares, las del modo de producción capitalista. Los antagonismos de “clase” son ampliamente ocultados por gérmen de “valores” comunes mas o menos compartidos por todos: el progreso, el universalismo, el control de la naturaleza, la racionalidad cuantitativa. Esos valores, sobre los que descansa el desarrollo, y muy especialmente el progreso, no corresponden de ningún modo a aspiraciones universales profundas. Están vinculados a la historia de Occidente, no tienen en cuenta a las otras sociedades. Más allá de los mitos que la fundamentan, la idea de desarrollo está totalmente desprovista de sentido y las prácticas a las que se le vinculan son rigurosamente imposibles por impensables y prohibidas. Estos valores occidentales son precisamente los que se deben poner en cuestión, hoy día, para encontrar una solución a los problemas del mundo contemporáneo y evitar las catástrofes hacia las que nos arrastra la economía mundial. El post-desarrollo es a la vez post-capitalismo y post-modernidad.
Los trajes nuevos del desarrollo
Para intentar conjurar mágicamente los efectos negativos de la empresa desarrollista, se ha entrado en la era de los desarrollos con partícula. Se han visto surgir desarrollos autocentrados, endógenos, participativos, comunitarios, integrados, auténticos, autónomos y populares, equitativos, sostenibles… sin hablar del desarrollo local, del micro-desarrollo, del endo-desarrollo e incluso del ¡etno-desarrollo! Al pegarle un adjetivo al concepto de desarrollo, no se trata verdaderamente de poner en cuestión la acumulación capitalista, como mucho se trata de añadir una pantalla social o un componente ecológico al crecimiento económico como se le ha podido adjuntar una dimensión cultural. Este trabajo de redefinición del desarrollo, tiene siempre que ver, en efecto, con la cultura, la naturaleza y la justicia social. Con todo ello se trata de curar un mal que afecta al desarrollo de manera accidental y no congénita. Se ha creado, incluso, para la ocasión, un monstruo contrapuesto: el mal-desarrollo. Ese monstruo no es más que una quimera pues el mal no puede tocar al desarrollo por la simple razón de que el desarrollo imaginario es por definición la encarnación misma del Bien. El desarrollo bueno es un pleonasmo porque desarrollo significa buen crecimiento, porque el crecimiento es un bien y ninguna fuerza del mal puede prevalecer contra él.
Es el exceso mismo de las pruebas de su carácter benéfico quien desvela mejor la estafa del desarrollo.
Le desarrollo social, el desarrollo humano, el desarrollo local y el desarrollo sostenible no son más que las más recientes de una larga retahíla de innovaciones conceptuales que tratan de hacer entrar un poco de ilusión en la dura realidad del crecimiento económico. Si el desarrollo sobrevive aún a su muerte ¡lo debe sobre todo a sus críticos! Inaugurando la era del desarrollo cualificado (humano, social, etc.), los humanistas canalizan las aspiraciones de las víctimas del desarrollo puro y duro del Norte y del Sur instrumentalizándolas. El desarrollo sostenible es el más bello logro en este arte de rejuvenecimiento de viejas damas. Ilustra perfectamente el procedimiento de eufemización mediante adjetivo que trata de cambiar las palabras por no poder cambiar las cosas. El desarrollo duradero, sustentable o sostenible (sustainable) puesto en escena en la conferencia de Río en junio de 1992, es un bricolaje conceptual; se trata de una monstruosidad verbal por su antinomia mistificadora. Pero, al mismo tiempo, por su éxito universal, da cuenta de la dominación de la ideología desarrollista. Como consecuencia, la cuestión del desarrollo no afecta solamente a los países del Sur, sino también a los del Norte.
Si la retórica pura del desarrollo con la práctica ligada a la expertitocracia voluntarista, ya no sirve, el complejo de creencias escatológicas en una prosperidad material posible para todos y respetuosa del entorno que puede definirse como “el desarrollismo”, permanece intacta. El “desarrollismo” manifiesta la lógica económica con todo su vigor. No hay sitio en este paradigma para el respeto de la naturaleza reclamado por los ecologistas ni para el respeto por el hombre reclamado por los humanistas. El desarrollo realmente existente aparece entonces con toda crudeza y el desarrollo alternativo como un espejo.
Más allá del desarrollo
Hablar de post-desarrollo no es solamente dejar correr la imaginación sobre lo que pueda llegar en caso de implosión del sistema, hacer política ficción o examinar un caso de manual. Es hablar de la situación de aquellos que en la actualidad, en el Norte como en el Sur son excluidos o están en camino de serlo; de todos aquellos para quienes el desarrollo es una ofensa y una injusticia y que son, indudablemente, los más numerosos sobre la superficie de la tierra. El post-desarrollo se esboza ya alrededor de nosotros y se anuncia en la diversidad.
El post-desarrollo, en efecto, es necesariamente plural. Se trata de la búsqueda de modos de florecimiento (épanouissement) colectivo en los que no se privilegiará un bienestar material destructor del medio y de los vínculos sociales. El objetivo de la buena vida se articula de múltiples formas según los contextos. En otras palabras, se trata de reconstruir nuevas culturas. Este objetivo puede llamarse l’umran (florecimiento) como en Ibn Kaldûn, seadeshi-sarvodaya (mejora de las condiciones sociales de todos) como en Gandhi, o bamtaare (estar bien juntos) como en los Toucouleurs, o de otras formas. Lo importante es señalar la ruptura con la empresa de destrucción que se perpetúa bajo el nombre de desarrollo o el de mundialización en la actualidad. Para los excluidos, para los náufragos del desarrollo, no puede tratarse más que de una especie de síntesis entre la tradición perdida y la modernidad inaccesible. Esas creaciones originales, de las que podemos encontrar aquí o allí los comienzos de realización, abren la esperanza de un post-desarrollo. Es necesario pensar y actuar a la vez global y localmente. Sólo en la fecundación mutua de las dos aproximaciones se puede intentar superar el obstáculo de la falta de perspectivas inmediatas. Proponer el decrecimiento como uno de los objetivos globales urgentes e identificables hoy día y poner en marcha localmente las alternativas concretas, son perspectivas complementarias.
Decrecer y embellecer
El decrecimiento deberá ser organizado no solamente para preservar el medio, sino también para restaurar, al menos, el mínimo de justicia social sin la que el planeta está condenado a la explosión. Supervivencia social y supervivencia biológica parecen, así, estrechamente ligadas. Los límites del patrimonio natural no ponen solamente un problema de equidad intergeneracional en la distribución de lo disponible sino un problema de justa repartición entre los miembros actualmente vivos de la humanidad.
El decrecimiento no significa inmovilismo conservador. La mayor parte de las sabidurías consideran que la felicidad se alcanza con la satisfacción de un número juiciosamente limitado de necesidades. La evolución y el crecimiento lento de las sociedades antiguas se integran en una reproducción ampliada y atemperada, más o menos adaptada a las constricciones naturales.
Instalar el decrecimiento significa, en otros términos, renunciar al imaginario económico, es decir, a la creencia de que más es igual a mejor. El bien y la felicidad pueden conseguirse a menor coste. Redescubrir la verdadera riqueza en el florecimiento de relaciones sociales de convivencia en un mundo sano puede realizarse con serenidad en la frugalidad, la sobriedad, la simplicidad voluntaria, es decir, en una cierta austeridad de consumo material. Un decrecimiento aceptado y bien pensado no impone ninguna limitación en el consumo de sentimientos y en la producción de una vida festiva.
El clave del decrecimiento tiene, sobre todo, por objeto marcar sólidamente el abandono del objetivo insensato del crecimiento por el crecimiento, objetivo en el que el motor no es otro que la búsqueda desenfrenada del provecho para los detentadores del capital. Evidentemente, no se trata de la inversión caricaturesca que consistiría en predicar el decrecimiento por el decrecimiento. En particular, el decrecimiento no es el crecimiento negativo. Se sabe que la simple ralentización del crecimiento sumerge a nuestras sociedades en confusión en razón del paro y del abandono de los programas sociales, culturales y medioambientales que aseguran un mínimo de calidad de vida. ¡Se puede imaginar qué catástrofe sería una tasa de crecimiento negativo! Lo mismo que no hay nada peor que una sociedad trabajadora sin trabajo, no hay nada peor que una sociedad de crecimiento sin crecimiento.
El decrecimiento no se contempla, pues, mas que a condición de salir de la economía de crecimiento y entrar en una “sociedad” de decrecimiento”. Ello supone una organización diferente en la que se valora el ocio en lugar del trabajo, donde las relaciones sociales priman sobre la producción y el consumo de productos desechables, inútiles, léase nocivos. Una reducción radical del tiempo de trabajo, impuesta para asegurar a todos un empleo satisfactorio es condición previa. Es posible, inspirándose en el título “Consumo y estilos de vida” propuesta por el Forum de las ONG de Río, sintetizar todo ello en un programa de seis “R”: Reevaluar, Reestructurar, Redistribuir, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Estos seis objetivos interdependientes, trazan un círculo virtuoso de decrecimiento convivencial y sostenible. Reevaluar, significa revisar los valores en los que creemos y sobre los que organizamos nuestra vida y cambiar aquellos que deben ser cambiados. Reestructurar, significa adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales en función del cambio de valores. Redistribuir trata de la repartición de las riquezas y del acceso al patrimonio natural. Reducir quiere decir disminuir el impacto sobre la biosfera de nuestros modos de producir y de consumir para reutilizar, en lugar de tirar, los aparatos y los bienes de uso y, desde luego, reciclar los desechos incomprensibles de nuestra actividad. Si bien se impone un cuestionamiento radical de los valores de la modernidad, ello no implica necesariamente el rechazo de toda ciencia ni el rechazo de toda técnica.
No renegamos de nuestra pertenencia a Occidente donde el sueño progresista nos asedia. De todas formas, aspiramos a una mejora de la calidad de vida y no a un crecimiento ilimitado del PIB. Reclamamos la belleza de los pueblos y de los paisajes, la pureza de las capas freáticas y el acceso al agua potable, la transparencia de los ríos y la salud de los océanos. Exigimos la mejora del aire que respiramos, el sabor de los alimentos que comemos. Hay todavía muchos “progresos” por hacer para luchar contra la invasión del ruido, para incrementar los espacios verdes, para preservar la fauna y la flora salvaje, para salvar el patrimonio natural y cultural de la humanidad, por no hablar de los “progresos” a realizar en la democracia. La realización de este programa participa de una cierta ideología del progreso y supone el recurso a técnicas sofisticadas de las que la mayor parte están aún por inventar. Sería injusto tacharnos de tecnófobos y de antiprogresistas con el pretexto de que reclamamos un “derecho de inventario” sobre el progreso técnico. Esta reivindicación es un minimum para el ejercicio de ciudadanía.
El post-desarrollo y la construcción de una sociedad alternativa no se articulan necesariamente de la misma manera en el Norte que en el Sur.
Simplemente, para el Norte, la disminución de la presión excesiva del modo de funcionamiento occidental sobre la biosfera es una exigencia de sentido común al mismo tiempo que una condición de la justicia social y ecológica.
En lo que se refiere a los países del Sur azotados por las consecuencias negativas del crecimiento del Norte, se trata menos de decrecer (o de crecer, de otro modo) que de reanudar el hilo de su historia roto por la colonización, el imperialismo y el neo-imperialismo militar, político, económico y cultural. La reapropiación de su identidad es un prerrequisito para aportar a sus problemas las soluciones apropiadas. Puede ser conveniente reducir la producción de ciertos cultivos destinados a la exportación (café, cacao, cacahuete, algodón, pero también, flores cortadas, gambas de piscifactoría, legumbres y agrios de fuera de temporada, etc.), como puede considerarse necesario incrementar los cultivos de subsistencia. Se puede pensar en renunciar a la agricultura productivista, como en el Norte, para reconstituir los suelos y sus cualidades nutricionales, pero también, sin duda, emprender reformas agrarias, rehabilitar el artesanado refugiado en lo informal, etc. Les corresponde a nuestros amigos del Sur precisar qué orientación puede tomar para ellos la construcción del post-desarrollo.
En ningún caso el cuestionamiento del desarrollo puede ni debe aparecer como una empresa paternalista y universalista que la asimilaría a una nueva forma de colonización (ecologista, humanitaria…). El riesgo es tanto más importante según como los colonizados hayan interiorizado los valores del colonizador. Incluso si las raíces son menos profundas, el imaginario económico, y particularmente el imaginario desarrollista, es sin duda aún más potente en el Sur que en el Norte. Las víctimas del desarrollo tienen tendencia a no ver otro remedio a su desgracia que agravar el mal. Piensan que la economía es el único medio de resolver la pobreza, incluso aunque sea ella quien la engendra. El desarrollo y la economía son el problema y no la solución; continuar pretendiendo y queriendo lo contrario forma parte también del problema.
Sobrevivir localmente
Se trata de estar atentos a la línea de las innovaciones alternativas, empresas cooperativas en autogestión, comunidades neo-rurales, Lets y Sels, autoorganización de los excluidos en el Sur. Estas experiencias que nosotros proponemos apoyar o promover nos interesan menos por ellas mismas que como formas de resistencia y de disidencia del proceso de incremento de la potencia de mercantilización (l’omnimarchandisation) del mundo. Sin tratar de proponer un modelo único, nos esforzamos por tender en la teoría y en la práctica a una coherencia global del conjunto de estas inciciativas.
El peligro de la mayor parte de las iniciativas alternativas es, en efecto, acantonarse en la primera ciudadela que encontraron, en lugar de trabajar en la construcción y el reforzamiento de un conjunto más vasto. La empresa alternativa vive o sobrevive en un medio que es y debe de ser diferente del mercado mundializado. Es este medio, portador de disidencia, el que hay que definir, proteger, mantener, reforzar y desarrollar por la resistencia. Más que batirse desesperadamente para conservar su ciudadela en el seno del mercado mundial, hace falta militar para ampliar y profundizar una verdadera sociedad autónoma al margen de la economía dominante.
El mercado mundializado con su competencia encarnizada y a menudo desleal no es el universo donde se mueve o donde debe moverse la organización alternativa. Debe buscar una verdadera democracia asociativa para desembocar en una sociedad autónoma. Una cadena de complicidad debe ligar a todas las partes. Como en l’informal africano, alimentar la red de vínculos es la base del éxito. La ampliación y la profundización del tejido portador es el secreto del éxito y debe ser el primer afán de sus iniciativas. Es esta coherencia la que representa una verdadera alternativa al sistema.
En el Norte se piensa primero en los proyectos voluntarios y voluntaristas de construcción de mundos diferentes. Los individuos, rechazando total o parcialmente el mundo en el que viven, intentan poner en marcha otra cosa, vivir de otra manera: trabajar o producir de otro modo en el seno de empresas diferentes; reapropiarse la moneda para un uso también diferente, según otra lógica que la de la acumulación ilimitada y la de la exclusión masiva de los perdedores.
En el Sur, donde la economía mundial, con la ayuda de las instituciones de Bretton Woods, ha excluido de los campos a millones y millones de personas, ha destruido sus modos de vida ancestral, suprimido sus medios de subsistencia, para arrojarlas y amontonarlas en chavolas en los suburbios de las ciudades del Tercer Mundo, lo alternativo es a menudo la condición de la supervivencia. Los “náufragos del desarrollo”, los abandonados a su suerte, condenados a desaparecer por la lógica dominante, no tienen otra elección para resistir que organizarse según otra lógica. Deben inventar, y algunos por lo menos lo inventan, otro sistema, otra vida.
Esta segunda forma de otra sociedad no está completamente separada de la primera, y ello por dos razones. De entrada, porque la autoorganización espontánea de los excluidos del Sur no es, no lo es nunca, totalmente espontánea. Hay también aspiraciones, proyectos, modelos, es decir, utopías, que informan más o menos estos bricolajes de la supervivencia informal. Luego, porque, simétricamente, los “alternativos” del Norte no siempre tienen elección. A menudo, son también excluidos, dejados a su suerte, parados sin derecho a prestaciones o candidatos potenciales al desempleo o, simplemente, auto-excluidos por hastío. Existen sin embargo, puentes entre las dos formas que pueden y deben fecundarse mutuamente. Esta coherencia de conjunto realiza, de una cierta forma, ciertos aspectos que François Partant atribuye a su “central”, es decir, su proyecto de coordinación de las iniciativas disidentes: «Dar a los parados, a los campesinos arruinados y a toda persona que lo desee, la posibilidad de vivir de su trabajo, produciendo al margen de la economía de mercado y en las condiciones que determinen ellos mismos, aquello que ellos estimen necesitar» (La Ligne d’horizon, La découverte, París 1988, p.206)
Reforzar la construcción de esos otros mundos posibles pasa por la toma de conciencia de la significación histórica de esas iniciativas. Han sido numerosas las empresas alternativas aisladas ya reconquistadas por las fuerzas desarrollistas y sería peligroso subestimar las capacidades de recuperación del sistema. Para contrarrestar la manipulación y el lavado de cerebro permanente a los que estamos sometidos, aparece como esencial la constitución de una vasta red para llevar la batalla del sentido.
El movimiento que milita por un post-desarrollo ha mantenido hasta hoy un carácter casi clandestino. Sin embargo, en el curso de una historia, ya larga, ha producido una literatura abundante y se encuentra representado en numerosos ámbitos de investigación y de acción por todo el mundo
Nacida en los años 1960, tras la década del desarrollo, de una reflexión crítica sobre las presuposiciones de la economía y el fracaso de las políticas de desarrollo, esa corriente agrupa investigadores y actores sociales, tanto del Norte como del Sur, portadores de análisis y de experiencias innovadoras en el plan económico, social y cultural. A lo largo de los años, se han ido tejiendo vínculos, a menudo informales entre sus diversos componentes, las experiencias y las reflexiones se han alimentado mutuamente. La red para el post-desarrollo se inscribe en el movimiento del INCAD (red internacional para la construcción de una alternativa al desarrollo) y se reconoce plenamente en la declaración del 4 de mayo de 1992. La red pretende continuar y ampliar el trabajo, así, comenzado.
La red sitúa en el centro de su análisis el cuestionamiento radical de la noción de desarrollo. A pesar de las evoluciones formales que ha conocido, la red conserva el punto de ruptura decisivo en el seno del movimiento: la crítica del capitalismo y de la mundialización. Están, por un lado, quienes militan por la problemática “otro” desarrollo (o una no menos problemática “otra” mundialización), y aquellos que, como nosotros, quieren salir del desarrollo y del economismo. A partir de esta crítica, esta corriente procede a una verdadera “deconstrucción” del pensamiento económico. De este modo, son puestas en cuestión las nociones de crecimiento, de pobreza, de necesidades, de ayuda, etc..
Las asociaciones y personas que pertenecen a la presente red se reconocen en esta trayectoria. Después del fracaso del socialismo real y el vergonzoso deslizamiento de la social-democracia hacia el social-liberalismo, pensamos que esos análisis son los únicos capaces de contribuir a una renovación del pensamiento y a la construcción de una verdadera sociedad alternativa a la sociedad de mercado. Cuestionar radicalmente el concepto de desarrollo, es hacer subversión cognitiva, y este es el requisito y la condición de los cambios políticos, sociales y culturales que se imponen.
El momento nos parece favorable para salir de la semi-clandestinidad donde habíamos estado acantonados hasta el presente. El gran éxito del coloquio de la Ligne d’horizont “Défaire le développement-refaire le monde”, realizado en la UNESCO del 28 de febrero al 3 de marzo de 2002, refuerza nuestra convicción y nuestras esperanzas.
Destruir el imaginario desarrollista y descolonizar los espíritus
Frente a la mundialización, que no es más que el triunfo planetario del mercado total, necesitamos concebir y promover una sociedad en la que los valores económicos hayan dejado de ser centrales (o únicos). La economía debe ser puesta en su lugar como simple medio de la vida humana y no como fin último. Debemos renunciar a esta carrera loca hacia un consumo siempre creciente. Esto no es sólo necesario para evitar la destrucción definitiva de las condiciones de vida sobre la tierra, sino también, y sobre todo, para sacar a la humanidad de la miseria psíquica y moral. Se trata de una verdadera descolonización de nuestro imaginario y de una deseconomización de los espíritus necesarias para cambiar verdaderamente el mundo antes que el cambio del mundo nos condene al dolor. Hay que empezar por ver las cosas de otro modo para que puedan convertirse en otras, para que se puedan concebir soluciones verdaderamente originales e innovadoras. Se trata de poner en el centro de la vida humana otras significaciones y otras razones de ser que la expansión de la producción y del consumo.
Las palabras clave de la red, son “resistencia y disidencia”. Resistencia y disidencia con la cabeza, pero también con los pies. Resistencia y disidencia como actitud mental de rechazo y como higiene vital. Resistencia y disidencia como actitud concreta para todas las formas de auto-organización alternativa. Pero esto significa en primer lugar rechazo de la complicidad y la colaboración con esta empresa de descerebración y de destrucción planetaria que constituye la ideología desarrollista.
Espejos y ruinas del desarrollo
La mundialización actual nos muestra lo que ha sido el desarrollo, lo que nosotros no habríamos querido ver jamás. Es el estadio supremo del desarrollo realmente existente al mismo tiempo que la negación de su concepción mítica. Si el desarrollo, en efecto, no ha sido mas que la continuación de la colonización por otros medios, la nueva mundialización, a su vez, no es más que la continuación del desarrollo con otros medios. Conviene, pues, distinguir el desarrollo como mito y el desarrollo como realidad histórica.
Se puede definir el desarrollo realmente existente como una empresa que pretende transformar las relaciones de los hombres entre ellos y con la naturaleza en mercancías. Se trata de explotar, y poner precio, de sacar provecho de los recursos naturales y humanos. Empresa agresiva hacia la naturaleza y hacia los pueblos, es igual que la colonización que la ha precedido y la mundialización que la sigue: una obra a la vez económica y militar de dominación y de conquistas. Es el desarrollo realmente existente, el que domina el planeta desde hace tres siglos, quien engendra la mayor parte de los problemas sociales y medioambientales actuales: exclusión, superpoblación, pobreza, poluciones diversas, etc.
En cuanto al concepto mítico de desarrollo, está atrapado en un dilema: designa todo y su contrario, en particular el conjunto de experiencias históricas de la dinámica cultural de la historia de la humanidad, de la China de los Han al imperio Inca.
En este caso, no designa nada en particular, no hay ninguna significación útil para promover una política y es mejor desembarazarse de él. Si tiene un contenido propio ese contenido designa, necesariamente lo que posee en común con la aventura occidental de despegue de la economía tal como es puesta en escena desde la revolución industrial en Inglaterra en los años 1750-1800. En este caso, cualquiera que sea el adjetivo que se le ponga, el contenido implícito o explícito del desarrollo es el crecimiento económico, la acumulación del capital con todos los efectos positivos y negativos que se conocen. Pues ese núcleo duro que todos los desarrollos tienen en común con dicha experiencia, está ligado a relaciones sociales muy particulares, las del modo de producción capitalista. Los antagonismos de “clase” son ampliamente ocultados por gérmen de “valores” comunes mas o menos compartidos por todos: el progreso, el universalismo, el control de la naturaleza, la racionalidad cuantitativa. Esos valores, sobre los que descansa el desarrollo, y muy especialmente el progreso, no corresponden de ningún modo a aspiraciones universales profundas. Están vinculados a la historia de Occidente, no tienen en cuenta a las otras sociedades. Más allá de los mitos que la fundamentan, la idea de desarrollo está totalmente desprovista de sentido y las prácticas a las que se le vinculan son rigurosamente imposibles por impensables y prohibidas. Estos valores occidentales son precisamente los que se deben poner en cuestión, hoy día, para encontrar una solución a los problemas del mundo contemporáneo y evitar las catástrofes hacia las que nos arrastra la economía mundial. El post-desarrollo es a la vez post-capitalismo y post-modernidad.
Los trajes nuevos del desarrollo
Para intentar conjurar mágicamente los efectos negativos de la empresa desarrollista, se ha entrado en la era de los desarrollos con partícula. Se han visto surgir desarrollos autocentrados, endógenos, participativos, comunitarios, integrados, auténticos, autónomos y populares, equitativos, sostenibles… sin hablar del desarrollo local, del micro-desarrollo, del endo-desarrollo e incluso del ¡etno-desarrollo! Al pegarle un adjetivo al concepto de desarrollo, no se trata verdaderamente de poner en cuestión la acumulación capitalista, como mucho se trata de añadir una pantalla social o un componente ecológico al crecimiento económico como se le ha podido adjuntar una dimensión cultural. Este trabajo de redefinición del desarrollo, tiene siempre que ver, en efecto, con la cultura, la naturaleza y la justicia social. Con todo ello se trata de curar un mal que afecta al desarrollo de manera accidental y no congénita. Se ha creado, incluso, para la ocasión, un monstruo contrapuesto: el mal-desarrollo. Ese monstruo no es más que una quimera pues el mal no puede tocar al desarrollo por la simple razón de que el desarrollo imaginario es por definición la encarnación misma del Bien. El desarrollo bueno es un pleonasmo porque desarrollo significa buen crecimiento, porque el crecimiento es un bien y ninguna fuerza del mal puede prevalecer contra él.
Es el exceso mismo de las pruebas de su carácter benéfico quien desvela mejor la estafa del desarrollo.
Le desarrollo social, el desarrollo humano, el desarrollo local y el desarrollo sostenible no son más que las más recientes de una larga retahíla de innovaciones conceptuales que tratan de hacer entrar un poco de ilusión en la dura realidad del crecimiento económico. Si el desarrollo sobrevive aún a su muerte ¡lo debe sobre todo a sus críticos! Inaugurando la era del desarrollo cualificado (humano, social, etc.), los humanistas canalizan las aspiraciones de las víctimas del desarrollo puro y duro del Norte y del Sur instrumentalizándolas. El desarrollo sostenible es el más bello logro en este arte de rejuvenecimiento de viejas damas. Ilustra perfectamente el procedimiento de eufemización mediante adjetivo que trata de cambiar las palabras por no poder cambiar las cosas. El desarrollo duradero, sustentable o sostenible (sustainable) puesto en escena en la conferencia de Río en junio de 1992, es un bricolaje conceptual; se trata de una monstruosidad verbal por su antinomia mistificadora. Pero, al mismo tiempo, por su éxito universal, da cuenta de la dominación de la ideología desarrollista. Como consecuencia, la cuestión del desarrollo no afecta solamente a los países del Sur, sino también a los del Norte.
Si la retórica pura del desarrollo con la práctica ligada a la expertitocracia voluntarista, ya no sirve, el complejo de creencias escatológicas en una prosperidad material posible para todos y respetuosa del entorno que puede definirse como “el desarrollismo”, permanece intacta. El “desarrollismo” manifiesta la lógica económica con todo su vigor. No hay sitio en este paradigma para el respeto de la naturaleza reclamado por los ecologistas ni para el respeto por el hombre reclamado por los humanistas. El desarrollo realmente existente aparece entonces con toda crudeza y el desarrollo alternativo como un espejo.
Más allá del desarrollo
Hablar de post-desarrollo no es solamente dejar correr la imaginación sobre lo que pueda llegar en caso de implosión del sistema, hacer política ficción o examinar un caso de manual. Es hablar de la situación de aquellos que en la actualidad, en el Norte como en el Sur son excluidos o están en camino de serlo; de todos aquellos para quienes el desarrollo es una ofensa y una injusticia y que son, indudablemente, los más numerosos sobre la superficie de la tierra. El post-desarrollo se esboza ya alrededor de nosotros y se anuncia en la diversidad.
El post-desarrollo, en efecto, es necesariamente plural. Se trata de la búsqueda de modos de florecimiento (épanouissement) colectivo en los que no se privilegiará un bienestar material destructor del medio y de los vínculos sociales. El objetivo de la buena vida se articula de múltiples formas según los contextos. En otras palabras, se trata de reconstruir nuevas culturas. Este objetivo puede llamarse l’umran (florecimiento) como en Ibn Kaldûn, seadeshi-sarvodaya (mejora de las condiciones sociales de todos) como en Gandhi, o bamtaare (estar bien juntos) como en los Toucouleurs, o de otras formas. Lo importante es señalar la ruptura con la empresa de destrucción que se perpetúa bajo el nombre de desarrollo o el de mundialización en la actualidad. Para los excluidos, para los náufragos del desarrollo, no puede tratarse más que de una especie de síntesis entre la tradición perdida y la modernidad inaccesible. Esas creaciones originales, de las que podemos encontrar aquí o allí los comienzos de realización, abren la esperanza de un post-desarrollo. Es necesario pensar y actuar a la vez global y localmente. Sólo en la fecundación mutua de las dos aproximaciones se puede intentar superar el obstáculo de la falta de perspectivas inmediatas. Proponer el decrecimiento como uno de los objetivos globales urgentes e identificables hoy día y poner en marcha localmente las alternativas concretas, son perspectivas complementarias.
Decrecer y embellecer
El decrecimiento deberá ser organizado no solamente para preservar el medio, sino también para restaurar, al menos, el mínimo de justicia social sin la que el planeta está condenado a la explosión. Supervivencia social y supervivencia biológica parecen, así, estrechamente ligadas. Los límites del patrimonio natural no ponen solamente un problema de equidad intergeneracional en la distribución de lo disponible sino un problema de justa repartición entre los miembros actualmente vivos de la humanidad.
El decrecimiento no significa inmovilismo conservador. La mayor parte de las sabidurías consideran que la felicidad se alcanza con la satisfacción de un número juiciosamente limitado de necesidades. La evolución y el crecimiento lento de las sociedades antiguas se integran en una reproducción ampliada y atemperada, más o menos adaptada a las constricciones naturales.
Instalar el decrecimiento significa, en otros términos, renunciar al imaginario económico, es decir, a la creencia de que más es igual a mejor. El bien y la felicidad pueden conseguirse a menor coste. Redescubrir la verdadera riqueza en el florecimiento de relaciones sociales de convivencia en un mundo sano puede realizarse con serenidad en la frugalidad, la sobriedad, la simplicidad voluntaria, es decir, en una cierta austeridad de consumo material. Un decrecimiento aceptado y bien pensado no impone ninguna limitación en el consumo de sentimientos y en la producción de una vida festiva.
El clave del decrecimiento tiene, sobre todo, por objeto marcar sólidamente el abandono del objetivo insensato del crecimiento por el crecimiento, objetivo en el que el motor no es otro que la búsqueda desenfrenada del provecho para los detentadores del capital. Evidentemente, no se trata de la inversión caricaturesca que consistiría en predicar el decrecimiento por el decrecimiento. En particular, el decrecimiento no es el crecimiento negativo. Se sabe que la simple ralentización del crecimiento sumerge a nuestras sociedades en confusión en razón del paro y del abandono de los programas sociales, culturales y medioambientales que aseguran un mínimo de calidad de vida. ¡Se puede imaginar qué catástrofe sería una tasa de crecimiento negativo! Lo mismo que no hay nada peor que una sociedad trabajadora sin trabajo, no hay nada peor que una sociedad de crecimiento sin crecimiento.
El decrecimiento no se contempla, pues, mas que a condición de salir de la economía de crecimiento y entrar en una “sociedad” de decrecimiento”. Ello supone una organización diferente en la que se valora el ocio en lugar del trabajo, donde las relaciones sociales priman sobre la producción y el consumo de productos desechables, inútiles, léase nocivos. Una reducción radical del tiempo de trabajo, impuesta para asegurar a todos un empleo satisfactorio es condición previa. Es posible, inspirándose en el título “Consumo y estilos de vida” propuesta por el Forum de las ONG de Río, sintetizar todo ello en un programa de seis “R”: Reevaluar, Reestructurar, Redistribuir, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Estos seis objetivos interdependientes, trazan un círculo virtuoso de decrecimiento convivencial y sostenible. Reevaluar, significa revisar los valores en los que creemos y sobre los que organizamos nuestra vida y cambiar aquellos que deben ser cambiados. Reestructurar, significa adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales en función del cambio de valores. Redistribuir trata de la repartición de las riquezas y del acceso al patrimonio natural. Reducir quiere decir disminuir el impacto sobre la biosfera de nuestros modos de producir y de consumir para reutilizar, en lugar de tirar, los aparatos y los bienes de uso y, desde luego, reciclar los desechos incomprensibles de nuestra actividad. Si bien se impone un cuestionamiento radical de los valores de la modernidad, ello no implica necesariamente el rechazo de toda ciencia ni el rechazo de toda técnica.
No renegamos de nuestra pertenencia a Occidente donde el sueño progresista nos asedia. De todas formas, aspiramos a una mejora de la calidad de vida y no a un crecimiento ilimitado del PIB. Reclamamos la belleza de los pueblos y de los paisajes, la pureza de las capas freáticas y el acceso al agua potable, la transparencia de los ríos y la salud de los océanos. Exigimos la mejora del aire que respiramos, el sabor de los alimentos que comemos. Hay todavía muchos “progresos” por hacer para luchar contra la invasión del ruido, para incrementar los espacios verdes, para preservar la fauna y la flora salvaje, para salvar el patrimonio natural y cultural de la humanidad, por no hablar de los “progresos” a realizar en la democracia. La realización de este programa participa de una cierta ideología del progreso y supone el recurso a técnicas sofisticadas de las que la mayor parte están aún por inventar. Sería injusto tacharnos de tecnófobos y de antiprogresistas con el pretexto de que reclamamos un “derecho de inventario” sobre el progreso técnico. Esta reivindicación es un minimum para el ejercicio de ciudadanía.
El post-desarrollo y la construcción de una sociedad alternativa no se articulan necesariamente de la misma manera en el Norte que en el Sur.
Simplemente, para el Norte, la disminución de la presión excesiva del modo de funcionamiento occidental sobre la biosfera es una exigencia de sentido común al mismo tiempo que una condición de la justicia social y ecológica.
En lo que se refiere a los países del Sur azotados por las consecuencias negativas del crecimiento del Norte, se trata menos de decrecer (o de crecer, de otro modo) que de reanudar el hilo de su historia roto por la colonización, el imperialismo y el neo-imperialismo militar, político, económico y cultural. La reapropiación de su identidad es un prerrequisito para aportar a sus problemas las soluciones apropiadas. Puede ser conveniente reducir la producción de ciertos cultivos destinados a la exportación (café, cacao, cacahuete, algodón, pero también, flores cortadas, gambas de piscifactoría, legumbres y agrios de fuera de temporada, etc.), como puede considerarse necesario incrementar los cultivos de subsistencia. Se puede pensar en renunciar a la agricultura productivista, como en el Norte, para reconstituir los suelos y sus cualidades nutricionales, pero también, sin duda, emprender reformas agrarias, rehabilitar el artesanado refugiado en lo informal, etc. Les corresponde a nuestros amigos del Sur precisar qué orientación puede tomar para ellos la construcción del post-desarrollo.
En ningún caso el cuestionamiento del desarrollo puede ni debe aparecer como una empresa paternalista y universalista que la asimilaría a una nueva forma de colonización (ecologista, humanitaria…). El riesgo es tanto más importante según como los colonizados hayan interiorizado los valores del colonizador. Incluso si las raíces son menos profundas, el imaginario económico, y particularmente el imaginario desarrollista, es sin duda aún más potente en el Sur que en el Norte. Las víctimas del desarrollo tienen tendencia a no ver otro remedio a su desgracia que agravar el mal. Piensan que la economía es el único medio de resolver la pobreza, incluso aunque sea ella quien la engendra. El desarrollo y la economía son el problema y no la solución; continuar pretendiendo y queriendo lo contrario forma parte también del problema.
Sobrevivir localmente
Se trata de estar atentos a la línea de las innovaciones alternativas, empresas cooperativas en autogestión, comunidades neo-rurales, Lets y Sels, autoorganización de los excluidos en el Sur. Estas experiencias que nosotros proponemos apoyar o promover nos interesan menos por ellas mismas que como formas de resistencia y de disidencia del proceso de incremento de la potencia de mercantilización (l’omnimarchandisation) del mundo. Sin tratar de proponer un modelo único, nos esforzamos por tender en la teoría y en la práctica a una coherencia global del conjunto de estas inciciativas.
El peligro de la mayor parte de las iniciativas alternativas es, en efecto, acantonarse en la primera ciudadela que encontraron, en lugar de trabajar en la construcción y el reforzamiento de un conjunto más vasto. La empresa alternativa vive o sobrevive en un medio que es y debe de ser diferente del mercado mundializado. Es este medio, portador de disidencia, el que hay que definir, proteger, mantener, reforzar y desarrollar por la resistencia. Más que batirse desesperadamente para conservar su ciudadela en el seno del mercado mundial, hace falta militar para ampliar y profundizar una verdadera sociedad autónoma al margen de la economía dominante.
El mercado mundializado con su competencia encarnizada y a menudo desleal no es el universo donde se mueve o donde debe moverse la organización alternativa. Debe buscar una verdadera democracia asociativa para desembocar en una sociedad autónoma. Una cadena de complicidad debe ligar a todas las partes. Como en l’informal africano, alimentar la red de vínculos es la base del éxito. La ampliación y la profundización del tejido portador es el secreto del éxito y debe ser el primer afán de sus iniciativas. Es esta coherencia la que representa una verdadera alternativa al sistema.
En el Norte se piensa primero en los proyectos voluntarios y voluntaristas de construcción de mundos diferentes. Los individuos, rechazando total o parcialmente el mundo en el que viven, intentan poner en marcha otra cosa, vivir de otra manera: trabajar o producir de otro modo en el seno de empresas diferentes; reapropiarse la moneda para un uso también diferente, según otra lógica que la de la acumulación ilimitada y la de la exclusión masiva de los perdedores.
En el Sur, donde la economía mundial, con la ayuda de las instituciones de Bretton Woods, ha excluido de los campos a millones y millones de personas, ha destruido sus modos de vida ancestral, suprimido sus medios de subsistencia, para arrojarlas y amontonarlas en chavolas en los suburbios de las ciudades del Tercer Mundo, lo alternativo es a menudo la condición de la supervivencia. Los “náufragos del desarrollo”, los abandonados a su suerte, condenados a desaparecer por la lógica dominante, no tienen otra elección para resistir que organizarse según otra lógica. Deben inventar, y algunos por lo menos lo inventan, otro sistema, otra vida.
Esta segunda forma de otra sociedad no está completamente separada de la primera, y ello por dos razones. De entrada, porque la autoorganización espontánea de los excluidos del Sur no es, no lo es nunca, totalmente espontánea. Hay también aspiraciones, proyectos, modelos, es decir, utopías, que informan más o menos estos bricolajes de la supervivencia informal. Luego, porque, simétricamente, los “alternativos” del Norte no siempre tienen elección. A menudo, son también excluidos, dejados a su suerte, parados sin derecho a prestaciones o candidatos potenciales al desempleo o, simplemente, auto-excluidos por hastío. Existen sin embargo, puentes entre las dos formas que pueden y deben fecundarse mutuamente. Esta coherencia de conjunto realiza, de una cierta forma, ciertos aspectos que François Partant atribuye a su “central”, es decir, su proyecto de coordinación de las iniciativas disidentes: «Dar a los parados, a los campesinos arruinados y a toda persona que lo desee, la posibilidad de vivir de su trabajo, produciendo al margen de la economía de mercado y en las condiciones que determinen ellos mismos, aquello que ellos estimen necesitar» (La Ligne d’horizon, La découverte, París 1988, p.206)
Reforzar la construcción de esos otros mundos posibles pasa por la toma de conciencia de la significación histórica de esas iniciativas. Han sido numerosas las empresas alternativas aisladas ya reconquistadas por las fuerzas desarrollistas y sería peligroso subestimar las capacidades de recuperación del sistema. Para contrarrestar la manipulación y el lavado de cerebro permanente a los que estamos sometidos, aparece como esencial la constitución de una vasta red para llevar la batalla del sentido.
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