17 jun 2010

Renunciemos a la palabra "Sostenibilidad"

Manuel Casal Lodeiro 'Casdeiro'

Cuando uno ve que la capacidad de recuperación y apropiación del léxico que muestra el conglomerado dominante semióticamente en nuestras sociedades (es decir el sistema binario publicitario-capitalista / publicitario-estatal) llega al punto de que se promulguen Leyes denominadas de Economía Sostenible basadas en el imposible crecimiento perpetuo, o de que unos grandes almacenes ofrezcan un catálogo exclusivo de productos eco para hacer más sostenible nuestro hogar a precios especiales, parece claro que ha llegado la hora de renunciar al adjetivo sostenible. Es un término quemado, viciado y absorbido por el sistema insostenible que lo vacía de significado para neutralizarlo. Ahora todo es sostenible, como todo ayer se convirtió en ecológico. Ambos conceptos tenían, en mi opinión, una tara desde su origen que los hacían propicios a este proceso de desactivación: son poco simples, poco directos. Son conceptualizaciones abstractas modernas, difíciles de explicar, de captar sin lugar a dudas por la mente de un(a) ciudadano/a común, y por tanto proclives a que otros les den los significados que quieran. En el caso de lo sostenible (o lo sustentable, que también se dice) se trata de un término nacido en las altas esferas académicas y políticas para hablar de un concepto que siempre existió pero que ahora parecía preciso etiquetar con una terminología nueva, ante los nuevos y agravados problemas que padecía. Pero ¿qué persona con una formación media es capaz de definir sin duda y de manera precisa lo sostenible? Y no hablemos de su sustantivización, la sostenibilidad, en la que el grado de abstracción ya roza una compresión inasible.

Basándome en la función del lenguaje como mediador entre el pensamiento y la percepción de la realidad (J.M.Naredo, "Raíces económicas del deterioro económico y social") considero que los conceptos que intentamos trasmitir con toda nuestra buena voluntad con este tipo de términos merecen una mayor potencia, claridad e insubvertibilidad; características de las que sí goza, por contra, el término Decrecimiento. Además buena parte de la fuerza del concepto decrecimiento reside en que es, ya de origen, un sustantivo... O más bien cabría decir que es en realidad un verbo que define una acción simple y comprensible intuitivamente al estar muy directamente relacionada con conceptos bien tangibles como son el crecer y el decrecer. Por si esto fuera poco, la palabra decrecimiento se beneficia, invirtiéndola, de la claridad y extensión que ha alcanzado el concepto contrario del crecimiento, que el propio industrialismo capitalista se ha encargado de difundir. Es por tanto una jugada maestra comunicativa, que deberíamos tener muy en cuenta para criticar y rechazar el uso de lo sostenible. El problema de esta palabra comienza por el hecho de ser un adjetivo, ya que como tal es fácilmente acoplable a todo tipo de sustantivos (movilidad, explotación, energía, desarrollo, empresa, productos, turismo...) que llegan al extremo de la contradicción absoluta como en crecimiento sostenible. De hecho un simple
muestreo en un buscador de Internet nos demostrará que las apariciones más frecuentes y notorias del adjetivo son acompañando a un sustantivo que en buena medida invierte su significado: desarrollo sostenible. Es un problema muy similar al que afecta a lo eco-, que de manera más potente aún, es fusionado con todo tipo de nombres que lo vacían de su pretendido significado. Podríamos concluir que el adjetivo sostenible se ha desactivado tanto que incluso podríamos tildarlo de contraproducente ya que su vaciado de significado se trasmite en la mente de muchas personas vaciando de contenido muchas luchas que la han convertido en su bandera.

¿Cuál sería, entonces, la alternativa? Creo que si volvemos la vista atrás tan sólo unas pocas décadas veremos que los pensadores y los activistas trataban estos mismos problemas pero sin hacer uso de esa palabra. Un análisis lingüísticos de propuestas ecologistas de los años 70 u 80, sin irnos más lejos, nos demostraría que se utilizaban estructuras gramaticales bien diferentes basadas en conceptos como permanente, riqueza natural, futuro, posteridad, continuidad, capacidad, respeto, contención, frugalidad vs. exceso, ahorro vs. gasto, mantenimiento vs. agotamiento, conservación, fertilidad, renovable vs. agotable, etc. Hablar de todo eso es hablar de sostenibilidad, pero si lo reducimos todo a una única palabra-fuerza, nos exponemos a que nos la roben, como así ha sucedido. Si nos remontamos más atrás en el pasado, a épocas previas a la ciencia ecológica moderna, veremos que había otras maneras de hablar de estas mismas cuestiones por parte de pioneros de las ciencias naturales y sociales, e incluso de líderes campesinos. Y si queremos aprovechar términos que conecten de manera más efectiva con la gente común, casi cabría mejor echar mano de la literatura popular, de la poesía y la narrativa de siglos pasados, y -¿por qué no?- de los refranes y dichos populares. Algo así hizo el EZLN con la comunicación popular de cuestiones políticas y sociales. Así pues creo que deberíamos realizar un esfuerzo comunicativo importante para recuperar (al menos en la comunicación divulgativa y activista) maneras más directas, simples y humildes de referirnos a los problemas de la sostenibilidad, dándole la vuelta a ciertos esquemas gramaticales. Intentaré poner algunos ejemplos: en lugar de hablar de la vuelta a una agricultura sostenible podríamos hablar de volver a cultivar de tal manera que siga habiendo cultivos el día de mañana; en lugar de la sostenibilidad en la construcción, hablar de maneras de construir sin agotar los materiales ni la energía; en vez de economía sostenible, hablar de formas de vivir que no roben el futuro a nuestros hijos; etc. No es buscar perífrasis, sino renunciar a la abstracción y decir las cosas claras, con verbos que concreten acciones inteligibles que nos impliquen emocionalmente porque entendemos que son parte de nuestra vida diaria, esas acciones que necesariamente debemos promover para llegar a ser sostenibles, o -mejor dicho- para poder sobrevivir y legar un futuro digno a nuestros descendientes.

El cambio de paradigma que necesitamos requiere -lo han explicado diversos autores a lo largo de estas últimas décadas- un cambio de imaginario colectivo. Para esa labor hay palabras que ya no sirven, que contaminan ese imaginario llenándolo de coches ecológicos o cortacéspedes sostenibles. No usemos el mismo esquema mental publicitario del slogan o la marca novedosa para arreglar los problemas que ese mismo esquema mental ha causado. No inventemos lo innecesario porque se puede volver contra nosotros. Simplifiquemos el lenguaje, renunciemos a palabras complejas y ya vacías, apoyémonos en palabras imposibles de retorcer, que conecten rápidamente en la mente de cualquiera con las realidades necesarias, con ese pasado que necesitamos recuperar y ese futuro que queremos preservar. Alejémonos de las modas de los nuevos significantes, por muy eco que pretendan ser, por muy correctos que sean académicamente, y recuperemos el significado. Ahí está la verdadera revolución de las palabras insobornables.

Fuente http://casdeiro.info/textos/ a través de www.decrecimiento.info

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